martes, 5 de mayo de 2009

Una década de dentaduras y flirteos

Cuarto a las 6:00 p.m. como la tarde anterior a esa, como todas las tardes desde hace ya diez años, sobre el mismo juego de sala el cual no dudo tenga ya las bien marcadas huellas de nuestros flácidos pero en sus tiempos cachondos glúteos, y frente al antiquísimo televisor café al cual solo le funcionaba el botón de encendido y apagado, esperando por lo que fuese que esperábamos a conocer hace 30 arrugas atrás.

En este tiempo nuestras preocupaciones se reducen como el agua dulce en todo el mundo, sin sorpresas sin condiciones, simplemente lo que nos espera cada tarde. Así que allí estaba yo, junto a la casi muerta blanca Juana, quien por desgracia había sufrido un accidente y permanecía siempre en silla de ruedas. Pobre, de hecho.. Ni tanto, dicen que por ahí de los 50’s era toda una diva, que no había hombre que no cayera a sus pies por toda la elegancia y hermosura que derramaba, ahora todo es diferente, quizá si hayan hombres, pero ahora caerían rendidos a sus ruedas y seria por su fétido aroma y la frialdad que transmitía. Detalles, yo siempre fui así.

Las tardes aquí se hacen eternas, no hay mucho que hacer, tampoco que pensar, aunque todos los días a las 6:00 p.m. nuestras mentes tomaban un mismo rumbo. El café estaba listo, este era el instante en que todos aguardábamos por la joven que repartía las galletas de azúcar. Lo curioso del asunto era como entre todos vigilábamos que la dosis para cada uno fuera la correcta, de lo contrario una serie de gemidos y señas que ni la Superiora entendía surgirían de inmediato.
Todo igual. Sin sorpresas.

Esta era la mejor parte, cuando cada uno podía hacer lo que quisiera con sus galletas. El café de olla se volvía una fuente en el parque y los aperitivos pequeños barcos en alta mar... algunos dejaban morir a su tripulación en el fondo del mar mientras otros la sacaban a flote. Yo decidí mantener mi barco seco. Odio cuando se deshace. Una mirada, la cual no podía describir pero tampoco podía ignorar cayo sobre mí, levanto el rostro y entre cierro mis ojos. Era el. . ¿De nuevo? De pronto sintió mi reacción, volteó, lo veo, regresa la mirada hacia mí, me observa, sonríe, sonrío. La imagen de su fósil dentadura permaneció incógnita por varios segundos en mi mente. Cuando volví a la realidad mi barco estaba en el fondo de la fuente.

Así que allí estaba el, en el sofá frente al mío, con un bastón un a su lado un tanto carcomido de la parte de abajo por quien sabe que, me imagino que abuso un poco del azúcar a deshoras y la marabunta acabo con el, quizás solo es mi imaginación. Tímido, callado, pero risueño, y a pesar de los únicos 3 cabellos que adornaban su morena calva, para mí eran los 3 cabellos más hermosos que jamás haya visto, los cuales no me molestaría cepillar una y otra vez aunque fuera en vano. Tanto café había acelerado mi sistema urinario. Ya no aguantaba mas, pedí ayuda para levantarme del sillón, que efectivamente lucia como si aun estuviera postrada en el, sorprendentemente.




Cuando volví a mi asiento, decidí que leería un poco, yo, no tan acabada si lo podía hacer. Saque el articulo que conservaba a un lado de mi lugar pero note que algo no cuadraba, mis anteojos no estaban donde yo los había dejado esa misma mañana. ¡Por todos los santos! Nada puede ser peor que perder tus anteojos a esta etapa tan avanzada de la vida. De nuevo siento la mirada y al voltear un tanto molesta, me percato de que ese viejo sin vergüenza se reía de mi situación, y así señalando a Juana, note que mis lentes estaban ahí, en su regazo, me volteé hacia el y le mostré mi lengua en señal de enojo. Corría el riesgo de ser sorprendida por la abuela en el acto, pero que más daba, tenia que recuperarlos. Así fue. No paso nada, al menos no de lo que quisiera nunca acordarme. Me senté y simule que mi mal humor había pasado. Ese viejo cascarrabias hacia que mis canas se volvieras verdes, azules, moradas, mil colores. Pero paso que, se marcho hacia la parte trasera, donde los dormitorios estaban, tranquilo, pacífico, como el solía ser, como siempre lo fue.

Yo, concentrada tanto, que lo único que existía para mí en la sala, era mi persona intrigada con el fin de la historia en el artículo. De pronto un jalón de greñas fue lo que sentí, otra vez el, ahora huía cobardemente del lugar de los hechos, lo único que vi fue un esqueleto alejándose de mi.
Fui joven otra vez.

Así que allí estábamos nosotros, de niños, otra vez, como aquella vez.

1 comentario:

  1. :O :O
    Ohhh!

    Interesante, muy interesante. Infinitos aplausos Lietza :)

    Te quiero negra!

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